Literatura

miércoles, 27 de enero de 2010

"Apareces de nuevo..."

Apareces de nuevo, cuando ya te había entregado al cosmos. Decidí no esperar en la puerta, decirle al Todo que ante este ponía tu imagen y sentimiento para que ya no oteara la ansiedad por mis globos oculares. Lloré, no copiosamente pero sí a manera de despedida y confusión, pero también con confianza en haberle dejado nuestra esfera al universo, esa esfera que llegó a ser para ti un error y para mí un salvavidas.

En la cama apuntaba a las estrellas, me giré y en la oscuridad. Descansé hasta que apareciste en el plano que más te era habitual llenarme. Hace tanto no te veía, desde que tu cuerpo me estaba a la mano, nuestros encuentros oníricos cesaron porque ahora la realidad era lo soñado. Se me borran esos recuerdos excepto el de tus manos tirando cariñosamente un hilo grueso de sangre proveniente de mi vagina. Tu cara de amor, de padre, de hermano, de lo que has sido; mi cara tranquila, serena, confiada como me haces sentir; mis piernas relajadas hacia ti, no lascivamente sino humanamente; tus manos tomando suave y delicadamente de mi lo más femenino del universo y tu cara observadora, afable, bondadosa y agradecida unas veces hacia mis ojos, otras veces hacía mi sexo.

Son esos encuentros extraños de cuando estábamos conectados sin importar obstáculos. En este plano llamaste y no paraste de insistirme que te hablara, que te contara, que me diera cuenta de que estabas volviendo de una manera incomprensible de ese viaje que me fue difícil aceptar.

Cuando pisé la dirección a la renuncia, al abandono en la voluntad de esa conexión alma-alma que nos es inherente, sobrevives afirmando mi aprendizaje a dejar ir para que las cosas “sean”.

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