Literatura

lunes, 7 de junio de 2010

EL TEMOR

Al ver el cuerpo separado en miembros que gemían y se lamentaban a falta de una cabeza que no se sabía a donde fue a parar, ella no pudo más que abrazar uno de los bultos producto del descuartizamiento, acercarlo a su oído, e intentar descifrar cada gimoteo del ser que de manera inefable seguía vivo como si aún fuera un conjunto, pero no escuchó nada que la razón pudiera decodificar. Sin embargo en su espíritu supo que aquellos sonidos eran un pedido de ayuda, de compasión, de ternura ante alguien que había sido profundamente herido.

Laika abrazó aquel bulto envuelto en sábanas, que se empapaba y derramaban profusamente la sangre de la victima, como quién abraza a un niño triste o a una persona reducida al desconsuelo; y se percató de que esas sábanas y esa sangre eran indisimuladamente similares a las que ella misma vio, aquella iniciática noche del legrado, entre sus piernas.

Entonces, como aquel pedazo de cuerpo de su amiga, Laika también lloró. Lloró porque su hijo había muerto; y las partes del desmembramiento, mejor dicho, la mujer viva pero desmembrada, lloraba porque de manera inevitable iba a morir: estaba en el umbral. Y para esas dos mujeres la muerte aún no tenía un significado prometedor: era el miedo; era la extinción; era dentro de lo más obscuro, lo peor…Infinitamente, dentro de sus almas, la muerte del hijo y de las herramientas para cumplir cada sueño fue lo que las destrozó…

El despertador la sacó del sueño. Era hora de comenzar el día.

Para mí, la tristeza sabe a sal.

Sal mar, lágrimas saladas del mar:

Copiosa lluvia doliente en los ojos.

A sal: con el recuerdo salobre del sudor

En un cuerpo pasional y palpitante.

La tristeza: el mar,

Como el vasto horizonte sin nada.

Nada más allá.